El Budi.
O lo que es lo mismo, don Pablo.
Sin duda uno de los azotes del colegio. Su filosofía, explicada con susurros, se convertía en una de las asignaturas reina. Podías estudiarla como la que más, pero a la hora del examen la sentencia era para casi todos la misma: culpable, culpable de no saber quien firmaba el comentario de texto del libro, culpable por no recordar un mínimo detalle dentro de una enorme e interminable pregunta aderezada con un sin fin de folios. Podías saberte el libro de memoria, que si no escribías aquel detalle que dijo en clase un mes atrás, eras culpable, y tu castigo era una susurrada bronca y un difícilmente recuperable cate.
Don Pablo, alias el Budi, ni que decir tiene que su parecido físico con el actor director y músico era asombroso, era un hombre muy delgado, ojos pequeñitos refugiados tras unas lupas de montura negra, facciones marcadas con gesto grave cuya boca de mínimos labios levemente caídos como si marcaran las ocho y veinte, denotaban una tristeza infinita. Explicando un tema, le acompañaba un susurro cansino que obligaba a poner la oreja en posición de máxima atención, o en posición "plancha", esto es, cruzar los brazos sobre el pupitre cual niño bueno, pero resbalando las posaderas ligeramente hacia atrás de manera que el borde anterior de la mesa del pupitre no te molestase en el pecho cuando tu oreja se apoyara sobre esos brazos previamente cruzados. O sea, planchar la oreja mientras el profesor soltaba su insufrible rollo.
La postura que adoptaba el maestro cuando explicaba, tampoco tenía desperdicio. Su agilidad para la edad que tenía era asombrosa. Se sentaba en su silla de forma pausada, una vez que ajustaba sus mínimas nalgas en el asiento, vencía el cuerpo de manera que su codo derecho pudiera reposar casi en el vértice de la mesa. En el preciso instante en que apoyaba el codo, su pierna izquierda se alzaba con grácil movimiento sobre la derecha, cuyo pié parecía apuntar hacia el exterior, y enroscaba el pié izquierdo por la parte de atrás de la pierna derecha envolviendo los gemelos con el empeine del pié. Solo con verlo, nos daba dolor de pierna, sin embargo él podía estarse la hora entera sin cambiar de postura. A esto hay que añadir que cuando tenía el codo apoyado, y su mano derecha apuntando hacia el techo del aula, colocaba la mano izquierda encima de la otra, como si cuadrase unos dedos contra los otros. Su impasible gesticulación, más bien su nula gesticulación, se veía alterada cuando se sorprendía o disgustaba, entonces abría un poco la mandíbula inferior, respiraba hondo y entrecortado alargaba un poco los músculos de la comisura poniendo boca pitorrita, elevaba las cejas de forma que las dejaba casi verticales, sus ojos se hacían aún más pequeños y le salían unas arruguitas de expresión en la frente que le dejaban la cara más triste si cabe. Cuando parecía que iba a explotar, susurraba de nuevo:
- Por caridad Montero, deja de hacer esos ruidos infernales, nos vas a trastornar a todos.
- Pe... pe... ¿pero que he hecho?. Si solo he colocado los folios.
Montero tenía la costumbre, como tantos otros de poner varios folios debajo del que estaba escribiendo, como para acolchar un poco y sentir más blando el trazo de la escritura, en vez de escribir directamente con un solo folio encima del pupitre. Dicho esto, tras unos renglones de escritura, a veces los folios que había debajo se descolocaban, entonces se cogían todos entre las manos, y tras darles dos leves toquecitos contra la mesa "clack clack" se colocaban y continuabas escribiendo. Esos dos pequeños clacks clacks, eran los ruidos infernales que alteraban el orden perfecto de la clase, y reventaban los tímpanos del profesor.
La tercera vez que ocurría esto y el Budi se desencajaba, hacía que todos estuviéramos más pendientes de Montero esperando que llegara la cuarta, y la quinta y más, pero cuando iba a levantar los folios se daba cuenta y no los chocaba, pero susurraba -" es que manda huevos el tío este", y es que cuando de repente el profesor se reclinaba con las cejas para arriba desencajado, en esa décima de segundo todos mirábamos a Montero y Montero nos miraba a todos con la cara de preocupación del que se sabe inocente y se siente acusado, mientras desde el estrado le atravesaba la fría mirada sin vida del enseñante. Entonces agachando la mirada veía que los folios estaban aún en posición vertical prácticamente apoyados sobre su pecho, los colocaba con suavidaz sobre la mesa, e intercambiaba una mirada con el educador como diciendo "lo ve, no ha pasado nada", y el profesor tras morderse el labio de abajo y mirar al cielo, imploraba y continuaba la clase hasta que alguna tos, estornudo o Montero le estomagaban de nuevo.
A la fatídica hora de los exámenes, obligaba a poner todos tus datos empezando por los apellidos, en la parte superior derecha del folio, y debajo de tus datos había que hacer con líneas rectas un rectángulo de unos cinco centímetros, dividido con dos rayitas de manera que quedaran como un casillero con tres departamentos.
Al finalizar el examen, en el primer casillero tenías que poner la nota que creías merecer y se lo entregabas. Al día siguiente, recogías de nuevo el examen y se lo dejabas al compañero que se sentaba justo detrás de ti mientras que el último se lo pasaba al primero de la fila.
Entonces empezaba la corrección del examen, interrogaba al azar a algún pobre desdichado, y cuando le había dejado en ridículo era cuando el profesor decía justo lo que valía como respuesta, el resto era paja. Tras la corrección punto por punto, el compañero debía ponerte en el segundo casillero la nota que posiblemente habías sacado, o que según su criterio habías sacado.
Una vez hecho esto te podías llevar el examen a casa, analizarlo y ver donde tenías los fallos y así comprender por qué te había puesto esa nota tu compañero. Los novatos aprovechaban esta situación para pegar el cambiazo, rescribir de nuevo las preguntas y dejarlo perfecto, ya que al día siguiente el profesor recogería los exámenes para rellenar el tercer recuadro, el verdaderamente válido.
Alegre y ufano, entregabas el examen al profesor, esperando que al corregirlo él, tu nota sería envidiable. Nada más lejos de la realidad, el muy zorro sabía que le habías dado el cambiazo porque le había puesto una marca inapreciable a cada folio de cada alumno, una o dos marcas diferentes por folio, y se las había apuntado en su cuaderno. Por ello recogía el examen primeramente, y al día siguiente te lo devolvía sin corregir.
Normalmente el primer casillero era el del optimismo, tú te ponías la nota. El segundo casillero era el de la esperanza, tu compañero hacía lo posible para que no suspendieras. Y el tercer casillero era el que te devolvía a la realidad.
El Budi se llevaba los exámenes entonces a su cuarto y empezaba su corrección. A veces, en las oscuras tardes de invierno, si te fijabas desde el patio del colegio en la ventana del dormitorio del Budi, podías ver tras un visillo blanco la silueta de éste paseando lentamente con un folio en la mano, era una situación propia de una película de terror, frío, de noche, el único ruido el de un coche que en la distancia pasaba por la avenida de Portugal, oscuridad casi total excepto por una luz en el tercero que se entrecortaba al paso del malvado y siniestro profesor. Era hipnotizante, podías oír los latidos en tu pecho y el vaho saliendo por la boca al compás de una respiración acelerada, mientras pensabas qué hago aquí, ya no queda nadie, yo me voy a mi casa.
Cuando estabas por los soportales y te acercabas a la luz del jol de entrada del colegio, oías el tintineo de unas llaves y una voz que te decía: - se puede saber qué haces todavía por aquí, mañana hablamos con el jefe de estudios, ¡hala!, para casa de una vez, a estudiar, y notabas la acerada punta de las llaves pinchándote el cráneo. Eran los modales de Don Felipe, hombre de faz tan rojiza, que parecía como si de pequeño le hubiesen amamantado con vino.
Pensativo porque a lo peor al día siguiente te castigaban por haber sido el último en salir del colegio, te ibas a tu casa sabiendo que atrás, en el tercer piso podía estar el Budi ya con tu examen, los folios colocados en su atril de corrección, y un cansino pasear por la habitación.
Al día siguiente entregaba los exámenes y entonces el sonido más emitido era similar al que hace una ballena cuando resopla, y el comentario más escuchado el de jopé la que me va a caer. Ambos, sonido y comentario, se podían escuchar en boca de Montero, que sin duda cambió la forma de interpretar la filosofía.
El sueño: fases.
Para poder explicar con claridad el significado de esta cuestión, es necesario que nos preguntemos dos cosas primordialmente, que a su vez pueden englobar o no, nuevas preguntas. Estas dos cosas son:
1.- ¿Qué es el sueño?
2.- ¿Qué son las fases?
Todo ello nos lleva inevitablemente a una nueva cuestión que sería:
A.- ¿Cuáles son las fases del sueño?
Pero esta última cuestión solo tiene sentido si damos por hecho que el sueño tiene fases, por lo que antes de preguntarnos por las fases del sueño, deberíamos seguir un orden y plantearnos primero:
a.- ¿Tiene fases el sueño?, en caso afirmativo pasar a la cuestión "A".
Y si apuntamos por los caminos del silogismo deberíamos plantearnos el siguiente:
- Si la vida tiene fases y
el sueño tiene fases, entonces
La vida es sueño.
Lo cual significa que en tiempos remotos a Calderón de la Barca le plantearon esta misma pregunta y llegó a la misma conclusión, de la cual escribió su famoso libro.
Recapitulemos: ¿qué es el sueño?
- El sueño es la reacción que adopta nuestro cerebro ante un estímulo incapaz de mantenerlo atento y que lo arrastra inexorablemente hacia la vigilia.
Esto es muy importante porque si no decimos lo de la vigilia entraríamos a debatir entre si lo que hace no permanecer atento al cerebro es el sueño o el aburrimiento.
En ese debate no hay que entrar, puesto que son dos cosas diferentes, y que a priori no tienen nada que ver la una con la otra. Una persona puede estar muy atenta a un espectáculo que sea muy aburrido, y provocarle o no el sueño. Por la misma razón, estar asistiendo a otro espectáculo, esta vez muy divertido y agradable, pero tener un sueño espantoso que no te permite estar atento. Evidentemente esto no quita que el aburrimiento te pueda causar sueño, aunque quizá no eras consciente de que ese sueño ya lo tenías.
Por otro lado: ¿Qué son las fases?
- Las fases son cada uno de los estados sucesivos que conlleva un hecho.
Por tanto: ¿Qué son las fases del sueño?
- Cada uno de los estados sucesivos que conlleva dormir.
¿Cuáles son esas fases?
- En primer lugar tenemos la acción. La acción sería el estímulo que nos llega del exterior, del entorno, dígase una melodía, una luz, un olor, una sensación etc.
- En segundo lugar estaría la reacción. La reacción sería la respuesta de nuestro cerebro a esos estímulos.
De la reacción salen las subfases que nos llevan al sueño.
- Lentitud en el parpadeo, dejando los párpados al 65 % de su apertura total.
- Pausada respiración.
- Indiscreta gesticulación facial con retorcimiento de los músculos bucinadores que hacen que el maxilar inferior se separe del superior.
- Bostezo caracterizado por el repentino alzamiento de una de las manos hacia la apertura oral, tensión de la pared abdominal, y pequeñas explosiones producidas en los oídos internos que permiten tras las mismas una mejor audición.
- Lagrimeo o encharcamiento lagrimal de los ojos, que delatan el estado de somnolencia que se está provocando en la persona que hubiera conseguido disimular las subfases anteriores.
Una vez que hemos pasado por el punto de la reacción, nos encontramos en la tercera fase:
- En tercer lugar estaría la somnolencia o estado en que el cerebro empieza a desconectar de la realidad para sumergirse en los oscuros mares del cuarto lugar.
- En cuarto lugar estaría la vigilia, o sea estás durmiendo, baja un poco la temperatura corporal, te relajas plenamente y una vez agustito, el cerebro escapa del cuerpo haciéndote viajar por lugares insospechados, volando, cayendo al vacío, conociendo gente, hablando con los muertos, sumergiéndote en otra dimensión.
- En quinto lugar estaría el despertar, caracterizado unas veces por la recuperación experimentada, y otras veces por el mal humor con el que nos levantamos a menudo y que suele concluir cuando envías al cerebro una dosis de cafeína y de glucosa.
O lo que es lo mismo, don Pablo.
Sin duda uno de los azotes del colegio. Su filosofía, explicada con susurros, se convertía en una de las asignaturas reina. Podías estudiarla como la que más, pero a la hora del examen la sentencia era para casi todos la misma: culpable, culpable de no saber quien firmaba el comentario de texto del libro, culpable por no recordar un mínimo detalle dentro de una enorme e interminable pregunta aderezada con un sin fin de folios. Podías saberte el libro de memoria, que si no escribías aquel detalle que dijo en clase un mes atrás, eras culpable, y tu castigo era una susurrada bronca y un difícilmente recuperable cate.
Don Pablo, alias el Budi, ni que decir tiene que su parecido físico con el actor director y músico era asombroso, era un hombre muy delgado, ojos pequeñitos refugiados tras unas lupas de montura negra, facciones marcadas con gesto grave cuya boca de mínimos labios levemente caídos como si marcaran las ocho y veinte, denotaban una tristeza infinita. Explicando un tema, le acompañaba un susurro cansino que obligaba a poner la oreja en posición de máxima atención, o en posición "plancha", esto es, cruzar los brazos sobre el pupitre cual niño bueno, pero resbalando las posaderas ligeramente hacia atrás de manera que el borde anterior de la mesa del pupitre no te molestase en el pecho cuando tu oreja se apoyara sobre esos brazos previamente cruzados. O sea, planchar la oreja mientras el profesor soltaba su insufrible rollo.
La postura que adoptaba el maestro cuando explicaba, tampoco tenía desperdicio. Su agilidad para la edad que tenía era asombrosa. Se sentaba en su silla de forma pausada, una vez que ajustaba sus mínimas nalgas en el asiento, vencía el cuerpo de manera que su codo derecho pudiera reposar casi en el vértice de la mesa. En el preciso instante en que apoyaba el codo, su pierna izquierda se alzaba con grácil movimiento sobre la derecha, cuyo pié parecía apuntar hacia el exterior, y enroscaba el pié izquierdo por la parte de atrás de la pierna derecha envolviendo los gemelos con el empeine del pié. Solo con verlo, nos daba dolor de pierna, sin embargo él podía estarse la hora entera sin cambiar de postura. A esto hay que añadir que cuando tenía el codo apoyado, y su mano derecha apuntando hacia el techo del aula, colocaba la mano izquierda encima de la otra, como si cuadrase unos dedos contra los otros. Su impasible gesticulación, más bien su nula gesticulación, se veía alterada cuando se sorprendía o disgustaba, entonces abría un poco la mandíbula inferior, respiraba hondo y entrecortado alargaba un poco los músculos de la comisura poniendo boca pitorrita, elevaba las cejas de forma que las dejaba casi verticales, sus ojos se hacían aún más pequeños y le salían unas arruguitas de expresión en la frente que le dejaban la cara más triste si cabe. Cuando parecía que iba a explotar, susurraba de nuevo:
- Por caridad Montero, deja de hacer esos ruidos infernales, nos vas a trastornar a todos.
- Pe... pe... ¿pero que he hecho?. Si solo he colocado los folios.
Montero tenía la costumbre, como tantos otros de poner varios folios debajo del que estaba escribiendo, como para acolchar un poco y sentir más blando el trazo de la escritura, en vez de escribir directamente con un solo folio encima del pupitre. Dicho esto, tras unos renglones de escritura, a veces los folios que había debajo se descolocaban, entonces se cogían todos entre las manos, y tras darles dos leves toquecitos contra la mesa "clack clack" se colocaban y continuabas escribiendo. Esos dos pequeños clacks clacks, eran los ruidos infernales que alteraban el orden perfecto de la clase, y reventaban los tímpanos del profesor.
La tercera vez que ocurría esto y el Budi se desencajaba, hacía que todos estuviéramos más pendientes de Montero esperando que llegara la cuarta, y la quinta y más, pero cuando iba a levantar los folios se daba cuenta y no los chocaba, pero susurraba -" es que manda huevos el tío este", y es que cuando de repente el profesor se reclinaba con las cejas para arriba desencajado, en esa décima de segundo todos mirábamos a Montero y Montero nos miraba a todos con la cara de preocupación del que se sabe inocente y se siente acusado, mientras desde el estrado le atravesaba la fría mirada sin vida del enseñante. Entonces agachando la mirada veía que los folios estaban aún en posición vertical prácticamente apoyados sobre su pecho, los colocaba con suavidaz sobre la mesa, e intercambiaba una mirada con el educador como diciendo "lo ve, no ha pasado nada", y el profesor tras morderse el labio de abajo y mirar al cielo, imploraba y continuaba la clase hasta que alguna tos, estornudo o Montero le estomagaban de nuevo.
A la fatídica hora de los exámenes, obligaba a poner todos tus datos empezando por los apellidos, en la parte superior derecha del folio, y debajo de tus datos había que hacer con líneas rectas un rectángulo de unos cinco centímetros, dividido con dos rayitas de manera que quedaran como un casillero con tres departamentos.
Al finalizar el examen, en el primer casillero tenías que poner la nota que creías merecer y se lo entregabas. Al día siguiente, recogías de nuevo el examen y se lo dejabas al compañero que se sentaba justo detrás de ti mientras que el último se lo pasaba al primero de la fila.
Entonces empezaba la corrección del examen, interrogaba al azar a algún pobre desdichado, y cuando le había dejado en ridículo era cuando el profesor decía justo lo que valía como respuesta, el resto era paja. Tras la corrección punto por punto, el compañero debía ponerte en el segundo casillero la nota que posiblemente habías sacado, o que según su criterio habías sacado.
Una vez hecho esto te podías llevar el examen a casa, analizarlo y ver donde tenías los fallos y así comprender por qué te había puesto esa nota tu compañero. Los novatos aprovechaban esta situación para pegar el cambiazo, rescribir de nuevo las preguntas y dejarlo perfecto, ya que al día siguiente el profesor recogería los exámenes para rellenar el tercer recuadro, el verdaderamente válido.
Alegre y ufano, entregabas el examen al profesor, esperando que al corregirlo él, tu nota sería envidiable. Nada más lejos de la realidad, el muy zorro sabía que le habías dado el cambiazo porque le había puesto una marca inapreciable a cada folio de cada alumno, una o dos marcas diferentes por folio, y se las había apuntado en su cuaderno. Por ello recogía el examen primeramente, y al día siguiente te lo devolvía sin corregir.
Normalmente el primer casillero era el del optimismo, tú te ponías la nota. El segundo casillero era el de la esperanza, tu compañero hacía lo posible para que no suspendieras. Y el tercer casillero era el que te devolvía a la realidad.
El Budi se llevaba los exámenes entonces a su cuarto y empezaba su corrección. A veces, en las oscuras tardes de invierno, si te fijabas desde el patio del colegio en la ventana del dormitorio del Budi, podías ver tras un visillo blanco la silueta de éste paseando lentamente con un folio en la mano, era una situación propia de una película de terror, frío, de noche, el único ruido el de un coche que en la distancia pasaba por la avenida de Portugal, oscuridad casi total excepto por una luz en el tercero que se entrecortaba al paso del malvado y siniestro profesor. Era hipnotizante, podías oír los latidos en tu pecho y el vaho saliendo por la boca al compás de una respiración acelerada, mientras pensabas qué hago aquí, ya no queda nadie, yo me voy a mi casa.
Cuando estabas por los soportales y te acercabas a la luz del jol de entrada del colegio, oías el tintineo de unas llaves y una voz que te decía: - se puede saber qué haces todavía por aquí, mañana hablamos con el jefe de estudios, ¡hala!, para casa de una vez, a estudiar, y notabas la acerada punta de las llaves pinchándote el cráneo. Eran los modales de Don Felipe, hombre de faz tan rojiza, que parecía como si de pequeño le hubiesen amamantado con vino.
Pensativo porque a lo peor al día siguiente te castigaban por haber sido el último en salir del colegio, te ibas a tu casa sabiendo que atrás, en el tercer piso podía estar el Budi ya con tu examen, los folios colocados en su atril de corrección, y un cansino pasear por la habitación.
Al día siguiente entregaba los exámenes y entonces el sonido más emitido era similar al que hace una ballena cuando resopla, y el comentario más escuchado el de jopé la que me va a caer. Ambos, sonido y comentario, se podían escuchar en boca de Montero, que sin duda cambió la forma de interpretar la filosofía.
El sueño: fases.
Para poder explicar con claridad el significado de esta cuestión, es necesario que nos preguntemos dos cosas primordialmente, que a su vez pueden englobar o no, nuevas preguntas. Estas dos cosas son:
1.- ¿Qué es el sueño?
2.- ¿Qué son las fases?
Todo ello nos lleva inevitablemente a una nueva cuestión que sería:
A.- ¿Cuáles son las fases del sueño?
Pero esta última cuestión solo tiene sentido si damos por hecho que el sueño tiene fases, por lo que antes de preguntarnos por las fases del sueño, deberíamos seguir un orden y plantearnos primero:
a.- ¿Tiene fases el sueño?, en caso afirmativo pasar a la cuestión "A".
Y si apuntamos por los caminos del silogismo deberíamos plantearnos el siguiente:
- Si la vida tiene fases y
el sueño tiene fases, entonces
La vida es sueño.
Lo cual significa que en tiempos remotos a Calderón de la Barca le plantearon esta misma pregunta y llegó a la misma conclusión, de la cual escribió su famoso libro.
Recapitulemos: ¿qué es el sueño?
- El sueño es la reacción que adopta nuestro cerebro ante un estímulo incapaz de mantenerlo atento y que lo arrastra inexorablemente hacia la vigilia.
Esto es muy importante porque si no decimos lo de la vigilia entraríamos a debatir entre si lo que hace no permanecer atento al cerebro es el sueño o el aburrimiento.
En ese debate no hay que entrar, puesto que son dos cosas diferentes, y que a priori no tienen nada que ver la una con la otra. Una persona puede estar muy atenta a un espectáculo que sea muy aburrido, y provocarle o no el sueño. Por la misma razón, estar asistiendo a otro espectáculo, esta vez muy divertido y agradable, pero tener un sueño espantoso que no te permite estar atento. Evidentemente esto no quita que el aburrimiento te pueda causar sueño, aunque quizá no eras consciente de que ese sueño ya lo tenías.
Por otro lado: ¿Qué son las fases?
- Las fases son cada uno de los estados sucesivos que conlleva un hecho.
Por tanto: ¿Qué son las fases del sueño?
- Cada uno de los estados sucesivos que conlleva dormir.
¿Cuáles son esas fases?
- En primer lugar tenemos la acción. La acción sería el estímulo que nos llega del exterior, del entorno, dígase una melodía, una luz, un olor, una sensación etc.
- En segundo lugar estaría la reacción. La reacción sería la respuesta de nuestro cerebro a esos estímulos.
De la reacción salen las subfases que nos llevan al sueño.
- Lentitud en el parpadeo, dejando los párpados al 65 % de su apertura total.
- Pausada respiración.
- Indiscreta gesticulación facial con retorcimiento de los músculos bucinadores que hacen que el maxilar inferior se separe del superior.
- Bostezo caracterizado por el repentino alzamiento de una de las manos hacia la apertura oral, tensión de la pared abdominal, y pequeñas explosiones producidas en los oídos internos que permiten tras las mismas una mejor audición.
- Lagrimeo o encharcamiento lagrimal de los ojos, que delatan el estado de somnolencia que se está provocando en la persona que hubiera conseguido disimular las subfases anteriores.
Una vez que hemos pasado por el punto de la reacción, nos encontramos en la tercera fase:
- En tercer lugar estaría la somnolencia o estado en que el cerebro empieza a desconectar de la realidad para sumergirse en los oscuros mares del cuarto lugar.
- En cuarto lugar estaría la vigilia, o sea estás durmiendo, baja un poco la temperatura corporal, te relajas plenamente y una vez agustito, el cerebro escapa del cuerpo haciéndote viajar por lugares insospechados, volando, cayendo al vacío, conociendo gente, hablando con los muertos, sumergiéndote en otra dimensión.
- En quinto lugar estaría el despertar, caracterizado unas veces por la recuperación experimentada, y otras veces por el mal humor con el que nos levantamos a menudo y que suele concluir cuando envías al cerebro una dosis de cafeína y de glucosa.